24/08/2018

Posverdad



 

 

 

 

 

Me aburro. Lentamente me deslizo hacia un letargo de cuerpo y mente que en nada se parece al descanso. El aburrimiento comienza a envolverme como una araña con su tela babosa, pegajosa. Me inmoviliza, nubla mi mente, anula mis sentidos. Ya no hay dolor, ni placer, ni sentimientos, ni fuerza, ni ganas.
Anestesiada me entrego a ese estado de nada. El aburrimiento, como una araña hambrienta e insaciable me atrapa, me aprisiona. Sin que yo pueda hacer nada me cuelga de su enorme tela y me deja ahí, como alimento de reserva. Ya no soy yo, sino que ahora soy una simple presa en una red enorme. No soy la única, la red está plagada de seres que ya no son. En un breve -quizás el último- momento de lucidez, trato de buscar una salida. Pero ya es tarde, ya no hay salida ni antídoto. Mi mente se vacía y se llena de esa baba amorfa que me paraliza sin remedio. Mi mente, mi cuerpo, mis actos, ya no me pertenecen. Ya nada tiene sentido. Lo mismo da la vida que la muerte. Me entrego a ese destino como si fuera el único posible. Los tiempos ya no corren, sino que se deslizan por la red sin fin ni principio y quedan atascados, detenidos.
La araña teje la soporífera tela del engaño.

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